El sonido del despertador de los lunes es cruel, inhumano, parece como más chillón de lo habitual, más dramático, no sé cómo explicarlo, pero para simplificarlo más “toca huevos”. Nuestro subconsciente se despierta antes que nosotros, sabe que algo terrible está a punto de suceder, ya está preparado para el primer susto del día, no como nosotros, que sobresaltamos con legañas entre los ojos buscando el mv entre las sabanas, cojines, mantas y saber dónde anda, para poner el “vuelve a sonar en 10 minutos”. Esos 10 minutos más, a pesar de siempre creer lo contrario, son los que nos convierten en zombis vivientes a las 7:10 de la mañana. Nuestro cerebro lo sabe, nosotros lo sabemos, pero nuestra vaguitis aguda de los lunes por la mañana parece no haberse enterado aún.
Mi cerebro a esas horas aún no es capaz de reaccionar, más bien lo hacen mis pies, que son tan amables de llevarme tambaleando en modo zombie después del segundo “vuelve a sonar en 10 minutos” hasta el baño, para darme el segundo shock de la mañana. Nadie tiene buena cara a esa hora, yo no soy ni capaz de reconocer ese que dice ser mi reflejo en el espejo, pero después de un buen remojo en agua fría ya vuelvo a sentirme medianamente como eso a lo que llaman persona. Luego mis pies continúan su rutina tambaleándome por mi casa hasta llegar al punto clave, al más importante de la mañana: Mi cafetera. La mía en especial se llama Lola, no sé porque la verdad, simplemente es así. La aprecio mucho, no sabría que hacer sin ella, gracias a ella mis mañanas se convierten en mañanas y puedo empezar a sentirme persona sobre las 7:30. Mi radio del 97, que no tiene cd, ni siquiera casette, pero una antena que parece de la NASA, a esa hora va en busca de alguna sintonía que consiga darle ritmo y alegría a mi mañana y a mi momento ducha fría (la causante del último shock de la mañana).
Llegado este momento ya me olvido de los shocks de la mañana y me lo empiezo a tomar con filosofía. El zombie que veía en el espejo desaparece hasta la mañana siguiente, mis neuronas empiezan a reaccionar, el café empieza a correr por mis venas y mis pies en vez de tambalearse por la casa ya lo hacen a bailando al ritmo de algún song de los 90. Es entonces cuando me intento convencer a mi misma de que los lunes tampoco son tan malos. Son el principio de una nueva semana llena de aventuras que podemos organizar de tal manera que llegué a ser excepcional y, que tras ella, volverá otra vez nuestro querido fin de semana.
Mente positiva, un buen café y a empezar la semana bailando.
Feliz Lunes!